sábado, 13 de marzo de 2010

Hace un año...

Hace un año, justo un año, que asumí la problemática que me aqueja, lo que me provoca tu cercanía.

Ese olor que expeles a raudales, ese maldito olor que me desequilibra, desgobierna, descentra y desconcentra ahora, de la misión de olvidar.

Hace un año lo comprendí todo.

Estabamos en tu casa, junto a otros amigos.

Bebíamos muchas cervezas, competíamos en quién ponía la mejor canción de Pixies.

Estabas con los ojos atolondrados de alcohol.

Estaba con un cigarrillo entre mis dedos.

El teléfono no paraba de sonar. La gorda, te llamaban para que fueras donde ella.

- “No, no iré, es lejos”

Te quedaste con nosotros y Pixies.

Sentí lástima por la gorda, no la conocía mucho en ese entonces, no sabía que era una victimazada manipuladora, pero ahora comprendo por qué sus amigas, que también ahora se, todas neuras, llamaban también.

Pensaba: “Por qué tanto escándalo, si viven juntos…”

Avanzaba la noche, corrían las cervezas. Los cigarros se acababan y tu olor aumentaba.

No se como describirlo, pero si sus efectos.

Cuando fui al baño, sentí la húmedad entre mis piernas, en el espejo compobré que era cierto, mis mejillas estaban rojas y unas pequeñas gotas de sudor afloraban en mi sien.

Tu maldito olor invadía la casa, ocupaba mi espacio, clausuraba mi razón.

En ese mismo momento, afloró el deseo, de saltar sobre ti y lamerte el sexo, hasta que pidieras disculpas por oler así.

Oculté la mirada de lujuria y bebí más cerveza, esperando que su frialdad, enfriara también mis ganas, las ganas de morderte el cuello, de pasar mi lengua por tu pecho y que hicieras lo que quisieras con la tuya.

Me di por vencida, me rendí ante tu olor.

Me despertó del ensueño de morbosidad, la mórbida con su espantoso portazo y cara de furia. Preferí prender otro cigarrillo y esperar que el deseo pasara.

Ahora había una tremenda prohibición para llevar a cabo cualquier acto poco decoroso.

Gané con el tema de Pixies y perdí la razón, hace justo un año...

jueves, 11 de marzo de 2010

Me quedo...

Me quedo con tu sonrisa triste y suave. Me quedo con tus abrazos, con las miradas furtivas, con el doble sentimiento de permanencia y huída. Me quedo con tus labios húmedos de mi, con tus quejidos suaves impresos en mi oído. Con la morbosidad de aquel golpe, con el placer de sentirlo.

Me quedo con la sencillez de tus palabras y de tu cara de niño buenamente desamparado e idiota. Con la mano estirada para coger lo que no es tuyo, con la palabra entre labios, con los buenos y malos momentos.

Me quedo con tu mirada perdida en el espacio, imaginando cosas que no llegarán, porque ya no llegaron. Con tu reflejo en el agua, que muestra a un anciano en cuerpo de adulto-joven, con ideas de adolescente y angustias de niño.

Me quedo con tus pastillas para dormir, despertar, antes de comer, después de comer, durante la comida, para acostumbrarse a la realidad, para olvidar la realidad, para no despertar y ver que la realidad está a tu lado y no puedes escapar.

Me quedo con tus amanecientes ojos de angustia y satisfacción, un poco culposos, mucho más cobardes.

Me quedo con lo dicho y con lo no dicho, con lo que quisiste decir y no te atreviste y con lo que no quisiste decir y dijiste igual.

Me quedo con la furia placentera de tus calenturas inconclusas. Con tu semen en mis manos, en mis caderas, adentro mio, fuera mio. Con tu miembro erecto al sentirme cerca, lejos, intuirme, no saberme, saberme, queriendo bajarlo, escapando al baño, mojándolo con agua fria.

Me quedo con tu recuerdo de mi, como me imaginaste y no era, como me supiste y era, como no me imaginaste y no era.

Me quedo con tu redondez, con tu pecho, con tu cara vuelta hacia el cielo esperando la lluvia, con tu frustración, con tus años de frustración y me endoso los años más que te quedan. Siempre del montón y un poco más abajo.

Me quedo con que te robaron los sueños y el alma, con tus palabrotas en mi oido, con tu quejumbroso “date vuelta”, con tus manos en mis tetas, con tu lengua en mi tetas, con tu cuerpo en mis tetas, con mis tetas en tu cara. Con tu miembro entre mis piernas.

Me quedo con los dedos acalambrados de tanto chatear, con la oreja derretida en el auricular de tanto hablar por teléfono, con la vista al muelle, despiendo barcos, con la cerveza fría, con el último cigarrillo compartido.
Me quedo con todo eso y más.

Lo único que te devuelvo es tu despedida querido.

No es capricho, no es locura, no es ni siquiera necesidad, es tan solo la realidad empírica de que al interntar terminar, esto no termina. Así como sabes que era yo, se que eres tú.